Javier Hermoso de Mendoza
Javier Hermoso de Mendoza
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Cuaderno de viaje.

POR TIERRAS DEL BIDASOA

Cuando salgas de viaje para Ítaca
desea que el camino sea largo
(Constantino Kavafis)

Cuando cogemos el carretil de acceso, el conductor detiene el microbús y le levanta impúdicamente los bajos para que no los roce en el pavimento. Es un microbús pequeño, sólo apto para solteros y maridos fieles, en el que aún y todo éstos suelen pegar con la testa en el altillo de los bolsos, el que, gracias a la pericia de Jorge, por un ramal estrecho de acusada pendiente y firme careado nos lleva a Zozaya. Este lugar es uno de los pueblos más pequeños y menos vistosos de la Universidad y Valle del Baztán, cuyo único interés radica en la torre cúbica de tres cuerpos de sillar y ángulos terminados en garitas esquineras que en el siglo XV vigilaba el camino que seguía el trazado de la antigua vía romana de Velate. El edificio, que carece de distribución y escalera interior, fue rehabilitado después del pavoroso incendio que en 1995 lo dejó en el esqueleto. Entonces, se colocó en su fachada un escudo equivocado, se respetaron los vanos que no correspondían a la época en que fue construido, y se coronó su tejado con una chimenea que le pega como a un fraile dos pistolas. Todavía sin puertas ni ventanas, por una escalera de mano metálica de cuadradillo subimos a la primera planta, y en ella, mirando hacia arriba a través de un hueco en el entarimado, vemos que de una viga cuelgan seis u ocho jamones grandísimos cuyas lonchas hubieran bastado para alimentar a todo un pueblo durante un largo año. Debo decir que a nuestro pesar no los catamos, no por respeto al jamonero, que en un corral próximo estaba vigilante, sino porque entre la primera y la segunda planta no había escalera con la que pudiéramos alcanzarlos.

Ha sido una excursión en pos de un programa y un horario esquivo, que seguíamos a trotecuto y no lográbamos alcanzar. De Zozaya a Ituren para encargar la comida; de éste a Zubieta para visitar el molino; nuevamente a Ituren para comer; y de la mesa a Elizondo para visitar su museo y regresar a Donamaría ciñendo el día contemplando las dos torres más feas de la zona. De la torre de Donamaría, situada fuera del pueblo y cuya forma cúbica se eleva sobre una pequeña roca, sólo pudimos ver el exterior, compuesto de un cuerpo bajo de sillar sobre el que se levantan dos plantas cerradas por un paramento de madera clara que le da un aspecto demasiado nuevo y artificial, lo que le quita gran parte del encanto que debió tener antaño.

Zubieta e Ituren son dos pueblos que se han tenido que tirar muchas piedras para llegar al grado de hermanamiento actual y hacer un carnaval itinerante con sus respectivos zampantzares. Calzados con abarcas, cubiertos de enaguas y con un gorro cónico terminado en penacho de plumas, y de cuya parte superior salen cintas de colores, los ioaldunak de Zubieta ciñen su cintura con una piel de oveja, y los de Ituren cubren su tronco con una pelliza de lana. Ambos grupos llevan en su indumentaria símbolos masculinos y femeninos, y en la mano un zurriago de crin de caballo. A la altura de los omóplatos portan un par de esquilas mudas, y a la cintura sujetan dos grandes cencerros que con movimiento característico hacen sonar para despertar a la naturaleza cuando acaba el invierno. Según los entendidos, la distinta medida en que se cubren de piel da a entender que antaño bailaban, unos en verano, y otros en invierno.


Zampantzar de Ituren.
Zampantzar de Ituren.

En el molino de Zubieta, junto al joven molinero, dos neskas guipuzcoanas que al aproximarse te llenan de los efluvios naturales de las antiguas etxekoandres, y que han obtenido la plaza por oposición, enseñan al visitante el funcionamiento del molino, su mini zoo y jardín botánico, así como un pequeño museo de objetos relacionados con la vida rural, entre los cuales hay un maniquí vestido de zampantzar. Recorriendo la historia del molino, las mozas intentan acercarnos a una época en la que, allá por el medievo, un vecino de Estella, de apellido Monreal, formó parte de la mudable propiedad del ingenio harinero.

Son dos mozas de apariencia ingenua, que se esfuerzan en explicarlo todo, y que no sé si por tener el discurso preparado, o porque una acapara demasiado y no deja hueco a la otra, se interrumpen constantemente complementando la exposición. Pasamos de la sala de molienda a la de audiovisuales, de esta a la zona de turbinas, y por el mermado zoo accedemos a la tienda. Es el zorro el culpable de que la ganadería esté tan parca, nos dicen, porque mientras el cepo permanecía en la exposición-museo, aprovechó para llevarse impunemente la oca y las gallinas, dejando sólo dos gallos, una gansa clueca y dos polluelos, un topillo, y un avestruz que desde las sabanas sur-africanas ha debido emigrar buscando el verdor y el frescor del paisaje vasco, y con el cual no se atrevió el raposo.

En Zubieta, haciendo honor al ingenio, ruedas de molino pavimentan parte de la plaza, a la que se accede a través de un puente de dos ojos y tajamares redondos. Allí nos indican la forma de bajar hasta Ituren por el camino que usan los zampantzares. Comenzamos caminando por entre verdes campos, en los que no se sabe si el color lo dan los cultivos, o ese trébol invasor que es imposible erradicar, y que, llegado hasta Estella desde zonas húmedas, nos ofrece una muestra de la importancia que tiene la mano del hombre en el desequilibrio ecológico.

Mientras Fina sigue el río y nos espera bañada, el grueso de la excursión, por seguir un mal consejo, equivocamos la vereda y caminamos ladera arriba por pedregosas trochas que pronto se convierten en intransitables sendas llenas de helechos y pinchos, hasta que bajando a campo traviesa llegamos al camino y, cruzando el río a través de un puente bizco, alcanzamos la carretera por la que llegamos a la mesa con casi una hora de retraso. Habíamos almorzado bocadillos llevados de casa y regados con buen vino. Ángel, cofrade de los vinos bordeleses, nos ofrece morapio de Burdeos, mientras que mi esposa escancia tinto de Cirauqui embotellado en casa. Cada uno con su gusto y su historia: mientras aquí elevábamos a categoría absoluta eso de que "el buen paño en el arca se vende", los franceses conseguían que un vino de poco grado y escaso cuerpo fuera considerado como el no va más del buen vino; patrón que hoy todo el mundo ha tomado como referencia.

Son tierras del condado de Santesteban de Lerín, hermanadas por la historia con nuestro Lerín solanero, y quién sabe si también con esa abadía de Lerin´s que allá en tierras de Marsella, en la alta Edad Media fundó San Honorato. En nuestras idas y venidas por estas húmedas tierras, coincidiendo con la Sampedrada de Santesteban cruzamos varias veces el Bidasoa. Este río, que aguas arriba de Oronoz adopta el nombre de Baztán, tiene, como todos los ríos importantes y que se precien, un nombre de origen romano (otros, no menos importantes, lo tienen árabe o de otras culturas colonizadoras). "Via ad Oiasso" (Vía a Oyarzun), significa, y allá en Elizondo, en cuyas aguas podemos ver abundantes truchas, se yergue en su orilla derecha la casona gótica de Puriosenea (llamada en su origen Burjesenea, por haberla construido en 1507 Juan de Burjes, primer notario de Elizondo), conocida popularmente como "casa de los moros", tras cuya fachada de arenisca roja con ventanas geminadas de arcos conopiales con parteluz, gracias al impulso de Ana Mari Marín el pueblo elizondarra ha habilitado un museo etnográfico discreto pero interesante, vigilado de cerca por la escultura "Maternidad", que basada en una maqueta de 1950, regaló el gran escultor oriotarra Jorge Oteiza. En el valle, este museo se complementa con el que el escultor Santxotena, posee en el barrio Bozate de Arizcun.

Con estos, serán cinco, seis o siete los museos que se han creado en Navarra en los últimos años, mientras que el de Irache lleva una porrada de años de lenta gestación esperando a que le acomoden la cuna. Esto sucede porque a nosotros, ahítos de arte, estas cosas no nos suscitan mayor interés ni preocupación que un corto comentario de bar, y así, el Gobierno destina su dinero a tapar y silenciar cuantas bocas hambrientas se abren, que, claro, no son las nuestras. En el patio del museo, contemplando aperos antiguos surgen críticas al abandono en que estuvieron nuestras colecciones etnográficas (Casanellas, Ocáriz, Gastón...), lo que permitió su robo. También se critica el derribo de un edificio, el Cuartel, que tantas actividades culturales y sociales pudo haber albergado. Un poco tarde, les digo: me cansé de escribir sobre ello, me sentí más sólo que la una, y ahora surgen inútiles lamentos... Así suele pasar: muerto el burro, cebada al rabo.

La vida sigue. Somos quince excursionistas los que, en el rosicler de la tardeada, en expresión de Blas, regresamos teniendo que soportar cuarenta y cinco minutos de retención para avanzar un kilómetro, por culpa del lumbreras que programó el semáforo para una circulación normal, sin tener en cuenta que todo el tráfico dominguero regresa a la vez y en la misma dirección. Dos días más tarde, el semáforo perdía utilidad porque otro lumbreras esperó al martes para abrir la nueva carretera de Zozaya a Santesteban, y así regocijarse contemplando las retenciones del fin de semana que perfectamente se podían haber evitado.

A pesar de viajar entre nosotros un miembro de uno de los mejores coros que se pueden escuchar en Navarra (Coral Camino de Santiago, de Ayegui, que nos obsequió el pasado sábado, en Santa Clara, con un concierto en el que brilló, quizá como despedida, la fabulosa voz de Yolanda), apenas le dejamos cancha por el deseo colectivo de lucir nuestros trinos, sobre todo entonando, a petición popular, canciones sobre pájaros. Como decía Mª Inés, casi nadie conocía una letra completa, pero teníamos la ventaja de que cada cual sabía la estrofa que ignoraba el vecino. Y así entre cantos y charlas, llegamos a Estella en un día en el que pudimos haber ido a la fiesta del Donante de Sangre en Lodosa, a la romería que se celebra en la ermita que comparten Alsasua y Urdiain, o a la celebración del no sé cuantos centenario de la batalla de Noain. Nosotros, los del CETE, entre tan amplia oferta elegimos el frescor del Bidasoa.

Verano del 2003

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